El grito condiciona, estremece, altera, promueve desorden, impide razonar, dehabilita cualquier intento de diálogo, provoca miedo, arrastra inseguridades propias y ajenas, construye ejércitos de seguidores por las dudas, gritar no nos hace dueño de la razón, es subestimar la razón ajena, confunde, lastima, divide, distancia, levantar la voz puede alterar el curso de cualquier vínculo sano que termina por enfermar, promueve finales impensados, se alimenta de insultos como lanzas que arroja sin tener real dimensión de lo que provoca en quienes se ven lastimados por ellos, perfora, raja la carne, mata.
La televisión se ha convertido en una verdadera vidriera de nuestra sociedad, toda ella es administrada por quienes no sancionan el mal trato, el desborde verborragico, edita la realidad, fomenta el enfrentamiento, premia el voto casi como un subsidio de un estado que alista seguidores que solo ven lo que se muestra en partes, genera rencores, no respeta, no le importa, incentiva la violencia desacreditando su propio contenido, no grita pero en silencio y como quien no quiere la cosa alimenta el desborde, el que después castiga cuando aparecen víctimas de la violencia, verbal, psicológica, y hasta física por aquello de que un grito es la primera parte de una historia conocida con finales que nadie conoce.
De grande el hermano nada tiene, debe madurar, no promover que debemos pasarnos 10 pueblos para justificar lo injusticable, dejar de ser parte de un juego que expone la crueldad verbal de una sociedad y sancionar con vehemencia el insulto a una madre, la condición física, la invitación a la agresión, el desborde y evitar serias consecuencias, reacciones impredecibles, tal vez el número final, lo único importante para ellos, les revele qué son tiempos en lo qué la gente necesita buenos y sanos ejemplos que les permita descansar en paz sabiendo que podría la television salvar el futuro de muchos humanos encerrados como ratas de laboratorio con pasados pesados que si no hacen lo que se les dice quedarán afuera y no por la gente.
Gustavo Sampayo
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